jueves, 23 de diciembre de 2010

Regálales tus palabras de solidaridad y aliento

Hola Jose Ignacio

La época navideña no marca una diferencia en la vida de las personas que están injustamente detenidas, pero sí puede ser especialmente triste. Son muchos los padres y madres que no pueden ver a sus hijos. Muchos los hijos e hijas que pasan estas fechas en prisión, lejos de sus familias. El defensor de derechos humanos marroquí Chekib El-Khiari, la activista iraní Ronak Safarzadeh, o el escritor y periodista chino Huang Jinqiu, están en la cárcel sólo por ser quienes son, por sus creencias, por expresar su opinión de forma pacífica. En estas fechas, tus palabras serán seguramente el mejor y quizás el único regalo que van a recibir. Regálales tus palabras de solidaridad y aliento. Al recibir tu mensaje, sabrán que no están solos y te aseguro que eso les reconfortará. Además, tus palabras servirán para que las autoridades sepan que hay mucha gente en el mundo que no va a consentir injusticias. De los 31 presos y presas de conciencia a quienes hemos regalado nuestras palabras desde 1999, 19 viven ahora en libertad. Quiero aprovechar para darte las gracias por haber estado a nuestro lado en 2010 y desearte lo mejor para 2011. Esteban Beltrán Director Amnistía Internacional Sección Española

Felices Fiestas y sobre todo, que el año 2011 no nos castigue mas que el que dejamos atras.

Mi Felicitacion musical Navideña: "Jingle Bells " Lo interpreta Diana Krall, al piano y cantando y con un acompañamiento de lujo, toda una Big Band . . . . . .

Se la puede considerar como la “Reina del Jazz” tras esta primera década del S XXI , junto a la Gran Ella Fitgerald que también hiciera otra gran versión de este Jigle Bells.

Diana K ha transformado villancicos en temas de jazz, acompañada por la estupenda “Clayton-Hamilton Orchesta”.

Diana Krall es una pianista y cantante de jazz nacida en 1964 en Canadá.

Su voz es "distinta": grave, melodiosa, susurrante y desde luego muy seductora. Nunca grita ni hace gorgoritos innecesarios y absurdos, encajando en el jazz vocal de manera perfecta.

sábado, 18 de diciembre de 2010

30 Aniversario del Hospital Veterinario Tomas Bustamante

En la fotografía, Tomás Bustamante Pérez y Tomás Bustamante Gómez

El pasado jueves 16 de diciembre, se celebró la jornada de clausura del ciclo de charlas organizadas con motivo del 30 aniversario del Hospital Veterinario Tomás Bustamante.

Ciclo de charlas ha abarcado temas como el adiestramiento canino, la alimentación correcta y segura, y la educación de los cachorros, entre otros. Además, Previsión Sanitaria Nacional entregó a los responsables del centro veterinario un diploma conmemorativo del aniversario de este negocio torrelaveguense.

En el acto final de clausura, los veterinarios de este hospital, Tomás Bustamante Gómez y Tomás Bustamante Pérez, ofrecieron una charla sobre la 'Evolución de las Clínicas Veterinarias 1980/2010: Nuevos avances', que fue seguida por numeroso público. Brillante clausura de las charlas del 30 aniversario del Hospital Veterinario Tomás Bustamante EsTorrelavega.com, diario digital de la comarca. -EsTorrelavega.com, diario digital de la comar

viernes, 17 de diciembre de 2010

Ayudanos a detener su ejecución

Hola Jose Ignacio

Sólo en lo que va de año, en Estados Unidos han ejecutado a 45 personas y muchas otras esperan su turno en el "corredor de la muerte". Troy Davis es una de esas personas. Lleva casi 20 años esperando que lo ejecuten. Troy fue condenado en Georgia (EEUU) por el asesinato de Mark Allen MacPhail, asesinato que niega haber cometido. Este es el testimonio de Troy Davis para ti: "...Quiero daros las gracias a todos por vuestros esfuerzos y dedicación a los derechos humanos y por vuestra generosidad. ...El motivo por el que todavía estoy vivo habéis sido cada uno de vosotros... Hay muchos más Troy Davis. Esta lucha para acabar con la pena de muerte no se ganará o perderá a través de mí, sino a través de nuestra fuerza para avanzar y salvar a cada inocente en cautividad alrededor del mundo. Tenemos que acabar con este sistema injusto, ciudad a ciudad, estado por estado y país por país... ¡Nunca dejes de luchar por la justicia y venceremos!" Troy Anthony Davis Amnistía Internacional no va a permanacer en silencio, firma la petición antes del 17 de enero para que consigamos que Troy Davis no sea ejecutado y que la pena de muerte sea algo del pasado. Ayúdanos con una donación para seguir trabajando en la defensa de los derechos humanos, continuar con nuestro trabajo de investigación, denuncia y presión a las autoridades. Muchas gracias por tu apoyo contínuo. Esteban Beltrán Director Amnistía Internacional

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sábado, 11 de diciembre de 2010

El mundo de la música de Torrelavega y comarca, se vuelca para despedir y recordar a J. M Galvan (Los Mantos, Contraluz y Ensayo 6)

Concierto en Recuerdo a J.Manuel Galvan, fallecido recientemente. En total fueron 50 músicos, pertenecientes a 13 grupos. Sus compañeros y amigos del entorno musical de Torrelavega y Comarca, participaron en esta gala celebrada en el Teatro del Instituto Marques de Santillana, el pasado viernes 10 de diciembre.
Los participantes fueron: EMBOQUE, grupo del que forma parte su hijo Mario como guitarra, junto a Raul- bajo y voz y Carlos a la bateria a los que se unieron DAVID, EDUARDO & NACHO, guitarras;
JAZZ STOP que de trio ha pasado a quinteto, con Enzo a los teclados, Ito Luna a la bateria, Adolfo con el bajo, Norbert Itrich al saxo y Coco Cisneros, vocalista; CIRCULO 3 con Luis del Rio-guitarra y voz-Angel Peña al bajo, Guillermo Lamfus, guitarra y Juan Bautista Casares en la bateria; PACO RECHE; VERMOUTH BAND-Toby al bajo, Ferman y Javi- Guitarras- Sergio en la bateria y Gregorio, voz; EXPRESSION, Fernan -guitarra y voz- Javi -teclados y voz- Monchi -bajo y Javi en la bateria; MEGÜY-ex Duendes yZapata- & FERNAN; RATONES CON ZAPATA con Chuli-guitarra y voz- Emilio al bajo, Francis-guitarra y Carlos a la bateria;

SE-SENTADOS con Ruben-vocalista- Gelo-saxo y flauta- Toño y Jorge a las guitarras, Jose al bajo y Carlos, bateria; JOSE CAPONE- ex componente -vocalista- de Los Duendes y Zeros; LOS VELOCES con Joquin Igareda y Carlos Noriega- guitarras y voces- Luis del Barrio al bajo y Julian Fernandez en la bateria; en este concierti, prescisamente, asistimos al nacimiento de un nuevo grupo de corte musical "tex mex", formado por FONSO, CHUCHI & IVAN CON ISIDORO, su nombre es el deLOS 4 DEL NORTE .

Y cerrando el concierto, RECUERDOS con Jose Carlos-voz-Isidoro en los teclados, Sergio a la bateria, Tulo con el bajo y Geromo y Gonzalo, guitarras.

En uno de los cambios de grupo, el Consejero de Cultura, Turismo y Deportes, F. Javier Lopez Marcano, amigo de J. Manuel Galvan, dirigio unas palabras a los asistents y entrego un recuerdo a Mila, su viuda que muy emocionada hubo de salir tambien al final, arropada en el escenario por todos los múscios, ante un prolongado aplauso del público, mientras sonaba de fondo "Noches de Blanco Satén", acompañando al presentador en la despedida, haciendo un recorrido por la trayectoria musical y empresarial de Galván, nacido en Hinojedo hace 58 años.

Formó parte de grupos punteros y muy populares de los años 70s y 80s, como “Los Mantos”, “Contraluz” y “Ensayo 6″, mas tarde y últimamente con "Expression".

Puso en marcha el primer establecimiento especializado en intrumentos y equipos para grupos y orquestas de Cantabria, "Musical Galvan".

Abrió otro negocio, a mediados de los 80s, este de hosteleria, la "Discoteca Oxis", en Julian Ceballos, donde estuvo "pinchando" Fredo Peña. Hizo sus pinitos en en mundo del motor participando con un Simca Rallye en algunas competiciones. Participó activamente en la puesta en marcha y desarrollo del grupo Emboque y siempre ha estado ligado a la música.
Jose Manuel, nos dejo hace pocas fechas para reunirse con otros musicos de su quinta, de Torrelavega: Chuchi Pastor, Juan Moura, Jose Obispo y Gelillo Muela . . .

El texto siguiente lo escribio su amigo, vocalista de Se-Sentados y excelente compositor que me lo paso para darlo lectura, cerrando con el una gran velada musical en Torrelavega. Dice así:

Hoy, tus compañeros y amigos, te rendimos este homenaje, sabiendo que nos falta en el escenario una voz y un tema.

La voz, el músico, es J. Manuel Galvan y el tema “Noches de Blanco Saten”…

En algún lugar se ha venido formando un grupo de músicos. Con algunos muy famosos y con otros que son nuestros. Juan Moura tocará el bajo, Chuchi Pastor cualquier instrumento, Jose Obispo cantara algún bolero, Gelillo Muela una balada, mientras Galvan prepara sus “noches de blanco saten”, para lo que John Bohan se sienta a la batería, Luis Armstrong está a los vientos, Ray Charles le da a las teclas y Jimmy Hendrix al punteo…

¿Os imagináis este grupo? ¡Vaya una pasada de concierto! Lo mejor de cada sitio, con Jhon Lennon componiendo. El telón está en lo alto, el público expectante se sienta.

Ya empieza a sonar la música y al micro, Jose Manuel Galvan entona el tema que todo el mundo le pide y recuerda.

Así, desde hoy, tus compañeros te llevan en la memoria con su agradecimiento por habernos dejado compartirte y ser tus amigos…

Un abrazo a Mila (esposa), Mario (hijo), Fina (madre) y Jose Mari (hermano) .

Hasta siempre . . .

martes, 7 de diciembre de 2010

Este 8 de diciembre se cumplen 30 años de la muerte de John Lennon, uno de los artistas más importantes e influyentes de la música.

A las 22:50 horas del 8 de diciembre de 1980, John Lennon fue abatido por cuatro disparos realizados por Mark David Chapman frente al edificio The Dakota en Nueva York, donde el artista residía con su esposa Yoko Ono. Trasladado al Roosevelt Hospital, Lennon falleció a las 23:07 horas. Acababa de cumplir 40 años.

Hubiera cumplido, el pasado 10 de octubre 70 años, pero se conmemoran los 30 años de una trágica muerte que cortó de raíz la continuación de una obra imperecedera, dejando un legado importantísimo que sigue creciendo, según van pasando los años.

No resulta exagerado, por lo menos para mí, decir que es uno de los personajes fundamentales de la música y la cultura universal de todos los tiempos.

La obra de John Lennon permanece y es recordado por millones de personas.

Pero como en estos tiempos, todo se traduce en negocio y de esto sabe mucho su viuda, Joko Ono, para rendir tributo a su figura inolvidable, se publica una caja de lujo que contiene ocho álbumes remasterizados a partir de las mezclas originales, un disco de rarezas y grabaciones inéditas, un EP con singles no incluidos en sus álbumes y un libro con dibujos y anotaciones de John Lennon. Los álbumes que se reeditan remasterizados por Yoko Ono y un equipo de ingenieros dirigido por Allan Rouse en los estudios Abbey Road (Londres) y por George Marino en los estudios Avatar (Nueva York) son: "John Lennon/Plastic Ono Band" (1970), "Imagine" (1971), "Some Time In New York City" (1972), "Mind Games" (1973), "Walls and Bridges" (1974), "Rock'n'Roll" (1975), "Double Fantasy Stripped Down" (2010), "Double Fantasy" (1980) y "Milk and Honey" (1984).

Como en las próximas horas sonaran sus temas “clásicos”, escojo uno, Instant Karma, con John al piano y la inefable Yoko, haciendo ganchillo con los ojos tapados...

Lennon no ponía reparos para interpretar exitos y clasicos de otros y aquí estan con la versión que hizo del celebre Stand by me del Ben E King.

http://www.rtve.es/noticias/20101008/john-lennon-cumpliria-70-anos-9-octubre/360059.shtml

Mario Vargas Llosa: Elogio de la lectura y la ficción

© FUNDACIÓN NOBEL 2010
Discurso Nobel - 7 diciembre de 2010
Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas. La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras. Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentara tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y, sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero. No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma –la escritura y la estructura– lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada. Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias. Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos períodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura, a las conciencias que formó, a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola. Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura, además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda forma de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empeñados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los fabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la
sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor. La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico, Anna Karenina se arroja al tren y Julián Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse al cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez. Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo político, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos, el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos –aunque nunca llegaremos a alcanzarla– a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad. En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy –que trato de ser– fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoeslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean- François Revel, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo, haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la revolución cultural china. De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo sería un seudo escritor de días domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP de Jean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le Nouveau Roman y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del general de Gaulle. Pero, acaso, lo que más le agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta manera de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos años producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal. De entonces a esta época, no sin tropiezos y resbalones, América Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de César Vallejo, todavía Hay, hermanos, muchísimo que hacer. Padecemos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudodemocracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal, la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como en Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renovación en el poder. Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo, América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del presente. Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington, Nueva York, Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando, aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convertido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman “las raíces”, mis vínculos con mi propio país –lo que tampoco tendría mucha importancia–, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fuera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí. Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de Africa del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si –el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan– el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de estado que aniquilara nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con temeridad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra. Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de “todas las sangres”. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo- cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y la lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el Aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas! La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza. Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso –triste consuelo– descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad entre ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura. De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta entonces prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apertura ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde había que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Para mí, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde era estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la guerra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una certeza: que el final de la dictadura era inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal. Aunque no ocurrió así exactamente, la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos, un ejemplo de como, cuando la sensatez y la racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosos como los de las novelas del realismo mágico. La transición española del autoritarismo a la libertad, del subdesarrollo a la prosperidad, de una sociedad de contrastes económicos y desigualdades tercermundistas a un país de clases medias, su integración a Europa y su adopción en pocos años de una cultura democrática, ha admirado al mundo entero y disparado la modernización de España. Ha sido para mí una experiencia emocionante y aleccionadora vivirla de muy cerca y a ratos desde dentro. Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz. Detesto toda forma de nacionalismo, ideología –o, más bien, religión– provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales. No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver. El Perú es para mí una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis tíos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños, se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido burrito, al que los piuranos de mi juventud llamaban “el pie ajeno” –lindo y triste apelativo–, donde descubrí que no eran las cigüeñas las que traían los bebes al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obrita escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el Miraflores limeño –la llamábamos el Barrio Alegre–, donde cambié el pantalón corto por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas partes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, enconado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad. El Perú es Patricia, la prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Álvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos, mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las maletas, y es tan generosa que, hasta cuando cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir”. Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios, en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me merecía aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre había muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y, desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad, la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfensable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora, en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de fabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa. Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis, de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una historia, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. “Escribir es una manera de vivir”, dijo Flaubert. Sí, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo como un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando toma forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privarlos de su libre albedrío sin matarlos, sin que la historia pierda poder de persuasión, es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez, tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada días, semanas y meses, sin cesar. Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima, La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia, sobre todo cuando veía alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela centenaria, la Mamaé, que, en los últimos años de su vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro, que sólo sobre un escenario cobraría la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena, con Norma Aleandro en el papel de la heroína, que, desde entonces, entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que, a mis setenta años, me subiría (debería decir mejor me arrastraría) a un escenario a actuar. Esa temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía, vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan Ollé y la actriz Aitana Sánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese al pánico que la acompañó). La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos, al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos más dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional. Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas –rayos, truenos, gruñidos de las fieras–, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las entrañas de la naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados por los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la noria de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño, goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno. Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin tregua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventamos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modelados con la arcilla de nuestros sueños. De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible. Estocolmo, 7 de diciembre de 2010.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Desde Santander, Miguel Rios dijo: "Fuera luces, baja el telón, se acaba la función…"

..."He recorrido las carreteras de mi vida para llegar a la patria común de un escenario. Para llegar al tajo y, al mismo tiempo, al lugar de mi recreo. A la zona agridulce de luces y sombras", y comienza una larga gira de despedida "ahora que todavía puedo mostrarme con cierta dignidad y algo de gallardía antes del deterioro al que te lleva, implacable, la edad tardía que siento presionante en el DNI, aunque todavía no en mi corazón"...(Miguel Rios, abril 2010)

Con el acompañamiento de unas cinco mil voces, una de ellas la mía, coreando el Himno a la Alegría, Miguel Ríos, después de casi cinco décadas de carrera musical, se despidió de los escenarios, dice que definitivamente, en Santander ayer sábado 4 de diciembre en concierto, cerrando la gira española que inició en Granada.

Durante dos horas y media Miguel Ríos, (Granada 7 de Junio de 1944) ante un público entregado, pero no tan numeroso como se la prometían los organizadores, repasó los éxitos más importantes de 48 años dedicados al rock, en este show. bautizado con el nombre de 'Bye, bye Ríos, rock hasta el final'.

Último concierto de la que ha sido su última gira iniciada en Granada el 17 de octubre y que tras pasar por Valencia, Barcelona, Madrid, y La Coruña, puso el punto y final en la capital de Cantabria, el sábado 4 de diciembre.

Santander, 4-XII-2010, lugar y fecha para la historia del pop-rock español, donde uno de sus protagonistas escribía la última pagina del denso capítulo a el reservado que comenzó interpretando Memorias de la carretera, para enlazarlo con Bienvenidos, cuyos primeros acordes hicieron que el público comenzara a quitarse el frío que traía del exterior y pasara a formar parte activa del concierto. Generación limite.

Creo que una de las claves del éxito de Miguel Rios, en directo, ha sido el de saberse rodear y acompañar como siempre, de unos músicos fuera de serie, extraordinarios, que funcionaron a la perfección, con un sonido directo y contundente y lo para mi principal, gente muy joven con casi la mitad de años que el. Esto se tradujo en un show muy fresco y dinámico, rabiosamente rockero made in spain, con un guitarra solista, motor de todo el grupo, Jose Nortes que nos llevo por grandes momentos de blues u otros introducidos y llevados por el teclista de “Doctor Mostaza” o rhitm and blues y algo, no mucho, de rock&roll. Sin olvidarnos del apoyo y empuje de la sección de viento, trompeta y saxo (que alternaron con las guitarras acústicas), el bajo y el batería.

Siete músicos en el escenario y entre ellos destacaron los metales, que pusieron el toque 'soul' a la noche, y la impagable presencia de José Nortes a la guitarra y a la dirección musical, a quien no me canso de alabar por su maestría y que con su estilo desaliñado y enfebrecida puesta en escena, pues no paro ni un instante, contribuyó de forma decisiva a caldear aún más al público, entre el que se encontraban muchos músicos que también peinan canas en esto del rock, entre otros, muchos de Torrelavega, como Ruben de “Sesentados”, Chuli de “Los Zapata”, Fernan de “Recuerdos”, Megüi, Juancho el técnico de sonido de “Bloque”, Carlos Noriega o los comentaristas-presentadores del programa radiofónico, “Diamantes Musicales” Dani sesenta y Jose el pincha.

No se habia cubierto la primera hora del concierto y ya pasaron por el recinto del Palacio de los Deportes de Santander, Vuelvo a Granada y El Río, dos de sus éxitos con los que puso los cimientos de su gran carrera musical o "Un caballo llamado muerte". Tambien paso por aquí "La reina del keroseno" y recordamos aquellos superconciertos de "Rock de una noche de verano", "Año 2000" , "Mueve tus caderas" . . .

Sus clásicas baladas, como la esperada Santa Lucia y éxitos mas recientes hicieron de este concierto, algo muy especial para todos y cada uno de los que allí estábamos. En mi caso particular, por que he convivido con su música muchos años de trabajo en la radio, pinchando sus discos y comentando su trayectoria, sus giras y su vida que tantos hemos compartido.

Una duda que planeaba sobre el pabellón de deportes de Santander, era la de ¿Se retirará de verdad o volvera con otra gira, como han hecho tantos otros? Miguel Rios, siempre lo ha dicho muy convencido y hasta lo conta en el tema con el que inicio la ultima media hora del concierto, pasadas ya dos horas del mismo, Bye, bye Rios...

Y así nos dejó Miguel Rios, dispuesto a encontrar nuevas "Maneras de vivir":

Tengo anotado en un antiguo diario, no envejecer nunca en el escenario, Amiga tercera edad, llego la hora de la verdad…

Dejarlo a tiempo es una gran victoria, quiero aprender a vivir otra historia. Bye, Bye Ríos, googbye

Bye, Bye Ríos, adiós ...

Fuera luces, baja el telón, se acaba la función…

Biografía reducida:

Miguel Ríos nació en Granada en 1944. Editó su primer EP en 1962 para la compañía Phillips Records y, desde entonces hasta nuestros días, ha producido algunas de las mejores canciones del repertorio del rock en español en infinidad de discos, y ha contribuido al desarrollo de ésta música en España y en Latinoamérica, actuando con muchos de sus mejores exponentes.

(2 fotos de J.I.Oyarbide de Diamantes Musicales)

Miguel Ríos ha mantenido una constante fascinación por la música en directo. Ha producido las giras: La Noche Roja (1978) Rock&Ríos (1982) El Rock de una Noche de Verano (1983) Rock en el Ruedo (1985) Big Band Ríos (1997) Miguel Ríos y las Estrella del Rock Latino (2002), 60mp3 (2005). Cantó con Ana Belén, Víctor Manuel y Joan Manuel Serrat en El Gusto es Nuestro (1996) y con Ana Belén y la OCG, dirigida por Josep Pons, repertorio de Kurt Weill en (1999). Y ha recorrido nuestro país y medio mundo en innumerables giras y festivales a lo largo de sus casi 50 años de carrera.

También dirigió y presentó las series musicales en televisión: Que Noche la de Aquél Año (RTVE 1987), Fiebre de Sur (Canal Sur 1993), y Buenas Noches Bienvenidos (Canal Sur 2007) entre numerosos programas y documentales.

Culmina su extensa y variada discografía, desde 1962 ha editado unos 40 discos, (algunos de los cuales han llegado a los primeros puestos de ventas de medio mundo) con su último disco "Solo o en compañía de otros", publicado a finales de 2008 con gran éxito de crítica.

Entre sus muchos galardones destacamos la Medallas de Oro de Granada, Bellas Artes, de Trabajo y la de Andalucía, Hijo Predilecto de Granada, varios Premios Ondas, varios Premios de la Academia Música española, y un sin fin de reconocimientos a su carrera y a sus distintos trabajos. Miguel Ríos ha trabajado en el campo de la solidaridad en numerosos conciertos a favor de los desprotegidos y de la naturaleza.

En el verano 2009 empezará una "larga vuelta al ruedo como si fuera la última", en palabras del propio Miguel, una gira que lo llevará por los pueblos de España y Latinoamérica donde cantará sus nuevos temas y las canciones que lo han hecho uno de los mejores cantantes del rock en español.

Miguel Ríos es un artista fundamental, que siempre ha mantenido dignidad artística y compromiso social. Sin el Rock es imposible entender nuestra historia y sin Miguel Ríos es imposible entender nuestro Rock.

Enlace a la web oficial de Miguel Rios y a su bkiografía, http://www.miguel-rios.com/web/biografia.html